Una revisión de literatura publicada en el Handbook of Latin American Health Psychology muestra cómo el cambio climático, las migraciones que este provoca y la pandemia de COVID-19 han afectado la salud mental en América Latina. El estudio evidencia que, pese a la clara convergencia en sus consecuencias psicológicas, estas aún no se integran plenamente en políticas públicas regionales, y recomienda abordajes estructurales y culturalmente sensibles.
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El cambio climático no solo tiene efectos físicos, sino también psicológicos (IPCC, 2022). Las personas expuestas a eventos climáticos extremos muestran mayor riesgo de desarrollar trastornos como estrés postraumático, ansiedad y depresión (Clayton, 2021). Fenómenos graduales, como la sequía, también generan afectaciones psicológicas significativas, aunque menos evidentes. Conceptos como la ecoansiedad y la solastalgia (Albrecht et al., 2007; Cáceres et al., 2022b; Clayton, 2020) han surgido para describir el malestar emocional ligado a la degradación ambiental. Estas afectaciones son palpables en América Latina, donde factores estructurales como la desigualdad, la pobreza, y el limitado acceso a servicios de salud mental propios de la región, tienden a exacerbarlas.
Un reciente estudio publicado en forma de capítulo en el Handbook of Latin American Health Psychology desarrolló una revisión de literatura que muestra cómo el cambio climático, las movilidades humanas que este induce y la pandemia de COVID-19 han impactado e impactan en la salud mental de la sociedad, con foco en América Latina. Estos tres fenómenos comparten características clave: son disruptivos, generan crisis a distintos niveles y magnifican las desigualdades (pre)existentes. La investigación buscó visibilizar estas consecuencias psicosociales desde una perspectiva contextualizada.
Sobre el cambio climático, el estudio indica que si bien revisiones recientes han documentado sus impactos psicológicos y en la salud mental (Charlson et al., 2021; Clayton, 2021; Palinkas & Wong, 2020), la mayoría de estos trabajos se centrarían en el norte global, generando una brecha en la literatura. Esta distinción es relevante ya que aunque algunos estudios empíricos muestran que ciertas consecuencias psicológicas del cambio climático —como las emociones que este genera— son similares en el norte y en el sur global (Marks et al., 2021; Sapiains et al., 2024), con emociones negativas como la tristeza y la ansiedad siendo las más comúnmente experimentadas, otros trabajos subrayan que la vulnerabilidad y la desigualdad social condicionan significativamente estas consecuencias. En este sentido, se plantea que tales factores moderan los efectos del cambio climático en la salud mental en el sur global. Particularmente, estas condiciones estructurales afectarían la capacidad de las comunidades en América Latina para prepararse y recuperarse frente a amenazas climáticas. Por ejemplo, estudios muestran que las zonas urbanas, con mejor acceso a servicios, son las que tienden a concentrar mayores niveles de resiliencia en Chile (Bronfman et al., 2024).
Dicho esto, la revisión también mostró que, si bien la mayoría de los estudios se enfoca en cómo los factores socioeconómicos agravan los impactos del cambio climático, algunos trabajos señalan que estos factores también pueden desempeñar un rol protector. Por ejemplo, un estudio realizado en el norte de Chile sugiere que fortalecer las capacidades locales, mediante la participación comunitaria y el intercambio de recursos y conocimientos, puede favorecer resultados positivos en salud mental, como un mayor crecimiento postraumático tras eventos climáticos extremos (Sandoval-Díaz et al., 2022).
Respecto a las movilidades climáticas, los fenómenos meteorológicos extremos asociados al cambio climático, así como los cambios a largo plazo que este genera en los sistemas de producción y los medios de vida rurales, adquieren cada vez mayor importancia como impulsores de la migración (IPCC, 2022) y recientemente se ha prestado mayor atención a la relación entre el cambio climático, la movilidad humana y la salud mental (Ayeb-Karlsson, 2020; Romanello et al., 2023). Desplazamientos como consecuencia de eventos extremos de evolución rápida, tal como las inundaciones o incendios, están asociados a niveles aumentados de estrés agudo, ansiedad, trastorno de estrés postraumático y depresión, a menudo incluso años después del evento (McNamara et al., 2021). En contexto de eventos extremos de evolución lenta, la migración puede ser una medida adaptativa a nivel de hogar; sin embargo, incluso cuando hay un nivel más alto de autonomía en la decisión de migrar, la migración suele ser una experiencia estresante con impactos negativos en la salud mental y el bienestar.
Estos están asociados a “una menor autoestima, una mala adaptación al nuevo lugar y un aumento en las tasas de depresión” (Kelman et al., 2021, p. 7). La ruptura de redes sociales, dificultades económicas que conducen a asentamientos en zonas marginadas y la pérdida de estilos y medios de vida tradicionales pueden exacerbar estos impactos negativos. Se destaca que mujeres, niños, adultos mayores y personas indígenas enfrentan riesgos desproporcionados durante estos procesos, tanto por la migración en sí como por las condiciones postmigratorias (Ayeb-Karlsson et al., 2023).
En cuanto al COVID-19, la pandemia generó efectos psicológicos (Arora et al., 2022; Balboa-Castillo et al., 2021) exacerbados por la fragilidad de los sistemas de salud en la región. Los confinamientos asociados impactaron profundamente el bienestar psicológico de las personas y se estima que la prevalencia de síntomas de salud mental llegó al 34 % de la población general, siendo mayor entre los profesionales sanitarios de primera línea con un 37 % (Zhang et al., 2022). En el caso de América Latina, los resultados negativos en la salud mental alcanzaron hasta el 35 %, siendo relativamente más altos en las poblaciones de Sudamérica que en Centroamérica (Zhang et al., 2022).
Recientes estudios exploratorios entre jóvenes del Caribe sugieren que tanto el COVID-19 como el malestar climático comparten similitudes en cuanto a su impacto en la salud mental, lo que proporciona evidencia que favorece la comprensión de estos problemas como crisis, más que como situaciones específicas (Seon et al., 2024). Existe una clara convergencia en las consecuencias psicológicas de estos fenómenos, pero a pesar de su creciente relevancia, estas áreas aún no se integran plenamente en la psicología de la salud ni en las políticas públicas regionales.
Recomendaciones
- Continuar desarrollando marcos teóricos que incorporen modelos de salud psicológica en el estudio de los impactos sociales del cambio climático.
- Utilizar de forma más explícita estos modelos de psicología de la salud para avanzar en el estudio de los problemas emergentes.
- Fortalecer la investigación empírica sobre factores protectores, como el apoyo social, la educación ambiental y las estrategias comunitarias de resiliencia.
- Aumentar el financiamiento y acceso a la atención de salud mental en el contexto de desastres socionaturales.
- Monitorear e incorporar los impactos del cambio climático en la salud mental de los países latinoamericanos incluyéndolos en sus Planes Nacionales de Adaptación y futuras Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional.
- Abogar por políticas públicas integrales, transdisciplinarias y culturalmente sensibles que reconozcan los determinantes estructurales de la salud mental frente a este tipo de crisis.
- Ofrecer espacios seguros y naturales para compartir las respuestas emocionales positivas y consolidar un efecto sanador, mitigar la ansiedad, el miedo y la ira, y promover cambios de comportamiento y el compromiso con la protección de la naturaleza
Fuente: U. de Chile.