Por Fernando Yáñez, Presidente Ejecutivo de Denaria Chile
En medio del avance acelerado de los pagos digitales, billeteras electrónicas y transferencias inmediatas, el dinero en efectivo sigue ocupando un lugar central en la vida cotidiana de los chilenos. Así lo confirmó un estudio reciente del Banco Central: el efectivo representa hoy el 31% del total de las transacciones realizadas en el país, ubicándose como el segundo medio de pago más utilizado después del débito (47%). Más aún, un 71% de las personas no tiene pensado dejar de usar dinero en efectivo, y un contundente 85% asegura que se vería afectado si los comercios dejaran de aceptarlo. Estos datos confirman que el efectivo sigue siendo un factor clave de libertad e inclusión financiera en Chile.
La relación entre efectivo e inclusión se vuelve todavía más evidente cuando se observan los espacios donde se usa con mayor frecuencia. Según el mismo estudio, el efectivo es el medio de pago dominante en ferias libres (72%), transporte público (51%) y comercio minorista de barrio (36%). Por lo tanto, no se trata solo de una preferencia cultural, sino también de una realidad socioeconómica: quienes más usan el efectivo son, mayoritariamente, las personas de menores ingresos, los adultos mayores, quienes trabajan en la informalidad y quienes no siempre tienen acceso estable a productos bancarios.
Pero más allá del debate sobre inclusión, hay un importante componente emocional que no puede ser ignorado: la incertidumbre que genera la idea de un mundo sin efectivo. Un estudio reciente de Mercado Pago reveló que casi 40% de los chilenos siente más incertidumbre que confianza ante ese escenario. Esta percepción no es trivial: para muchas personas, el efectivo no solo representa un medio de pago, sino una forma concreta de control del gasto, de autonomía frente a fallas tecnológicas, de resguardo ante caídas de sistemas y de independencia frente a la bancarización obligatoria.
Lo anterior tiene aún más fuerza al tomar en cuenta la tendencia que tiene nuestro país a ser centro de catástrofes: terremotos, incendios y ahora incluso tornados. En esas emergencias los medios digitales suelen fallar y el efectivo se transforma en la única vía de pago posible. Por lo tanto, el fin de su uso genera aún más incertidumbre de cómo nuestro país podría seguir funcionando si los canales digitales estuvieran caídos por días o semanas.
El avance digital es innegable y trae enormes beneficios en eficiencia, trazabilidad y seguridad. Sin embargo, tenemos que comprender que un futuro sin efectivo no es solo una discusión tecnológica, sino también social, cultural y económica. Un país que avanza hacia la digitalización total sin resguardar alternativas corre el riesgo de dejar atrás a quienes no pueden, o simplemente no quieren, depender exclusivamente de un sistema digital.
El verdadero desafío no está en elegir entre efectivo o pagos digitales, sino en construir un ecosistema de pagos inclusivo, resiliente y con opciones reales. Porque mientras el efectivo siga siendo sinónimo de acceso, libertad y seguridad para millones de personas, su desaparición seguirá generando más dudas que certezas.
Fuente: Vinculación.