Mientras algunos especialistas abogan por una restricción estricta, otros plantean un manejo educativo que integre las tecnologías de forma controlada. Desde la Universidad de La Serena, voces expertas advierten que el debate va más allá del dispositivo y apunta a la formación digital de la comunidad escolar.
Prohibir o no el uso de celulares en las salas de clases, es un debate que ya se mantiene desde hace algunos años. Dos académicos de la Universidad de La Serena aportan visiones complementarias al respecto: Pablo Castro, doctor en Psicología e investigador en convivencia escolar en la Facultad de Humanidades; y Francisco López, director del Laboratorio de Investigación e Innovación Tecnológica para la Educación en Ciencias (LIITEC-ULS), coinciden en que el uso indiscriminado del teléfono inteligente afecta la atención y el aprendizaje, pero plantean diferencias en la forma de abordarlo.
Para Castro, la medida de prohibición busca principalmente “mejorar el clima escolar y la disciplina”, advirtiendo que no hay pruebas sólidas de que esto aumente la concentración o el rendimiento académico. Sin embargo, respalda la evidencia de que un uso frecuente o problemático del celular “se asocia con menor rendimiento académico y menor atención, especialmente cuando se usa durante las clases o el estudio”.
Por otro lado, el académico de la Facultad de Ciencias de la USerena, Francisco López, sostiene que “los celulares de los estudiantes nunca debieron entrar a las salas de clases, y de hacerlo debe ser bajo normas de trabajo educativas”.
En tal sentido, subraya que prohibir los teléfonos inteligentes no significa rechazar la tecnología en el aula: “Lo que debe estar en el aula son dispositivos móviles como tabletas y computadores aportados por los establecimientos educacionales, junto con propuestas de integración en la enseñanza”.
López advierte que centrar el problema solo en los celulares es un enfoque superficial: “Hoy es el celular, mañana será el uso de la Inteligencia Artificial Generativa. Creo que la pregunta es cuáles son los niveles de desarrollo de la competencia digital de nuestros docentes y estudiantes”. Para él, la clave está en educar en el acceso, uso responsable y discriminación de información, más que en el dispositivo en sí.
Sin embargo hay un punto dónde coinciden ambos académicos: el uso sin control del celular genera problemas que van desde la atención y el rendimiento hasta la higiene del sueño. El debate, por tanto, no es si la tecnología tiene un rol en la educación, porque lo tiene, sino cómo se regula, quién la administra y para qué fines se utiliza.
Finalmente, Castro advierte que las medidas demasiado rígidas pueden ser contraproducentes: “Las políticas sin consenso suelen provocar tensiones y resistencia estudiantil; los enfoques flexibles y participativos reducen estos conflictos”. A su juicio, el desafío es integrar estrategias que combinen pausas tecnológicas, sustitución por dispositivos controlados, integración pedagógica del celular y formación digital.
Fuente: U. Serena.