Cuando se acerca el fin de año, la mesa se llena de celebraciones, preparativos y ese
ánimo colectivo de cerrar el ciclo en torno a buena comida. Pero también aparece, casi
como tradición, el aumento de molestias gastrointestinales: acidez, náuseas, diarreas e
intoxicaciones que suelen ser consecuencia directa de los excesos, el calor y la
manipulación inadecuada de alimentos.
En un país donde las fiestas coinciden con temperaturas altas, basta dejar una ensalada
con mayonesa al sol o un postre con crema demasiado tiempo en la mesa para que las
bacterias hagan su trabajo. Lo mismo ocurre con carnes, pescados y preparaciones que
pierden la cadena de frío sin que nadie lo note.
A ese cóctel se suma el estrés, un invitado silencioso que en muchas ocasiones se
subestima. Entre cierres laborales, compras y organización familiar, el cuerpo funciona en
modo de tensión y la digestión se vuelve más vulnerable. Grasa, azúcar, alcohol y horarios
desordenados terminan sintiéndose el doble para quienes conviven con gastritis, reflujo o
colon irritable.
La buena noticia es que no se trata de restringir ni de vivir las fiestas con temor, sino de
ajustar ciertos hábitos. Mantener carnes, pescados y preparaciones con huevo siempre
refrigerados; separar utensilios de crudo y cocido; cocinar y consumir de inmediato; y
guardar las sobras sin dejarlas “un ratito más” sobre la mesa son acciones simples que
previenen problemas mayores. Lo mismo ocurre con el equilibrio: alternar platos pesados
con opciones frescas, hidratarse bien, moderar el alcohol y respetar los tiempos de
digestión cambia el panorama completo.
El fin de año invita a celebrar, compartir y disfrutar. Hacerlo con un poco más de cuidado y
moderación no le quita magia a la mesa; al contrario, permite que lo memorable sea la
reunión, no el malestar posterior.
Fuente: Impronta.